Esta polémica sigue a la ya conocida
discusión sobre el inexistente doctorado del burgomaestre. Algunos se
preguntarán: ¿Cuál es la obsesión con los títulos de Peñalosa? La primera
respuesta, después de la más obvia que es el engaño, recae en él y su equipo de
trabajo: desde los inicios de su campaña electoral todos ellos se encargaron de
construir la imagen del alcalde como un tecnócrata. Y un tecnócrata es, entre
otras cosas, aquel experto especializado para cierta tarea. Si parte de la
evidencia que garantiza tal competencia se deslegitima, parte de su imagen como
tecnócrata se desploma.
Pero esto no es lo único. El descontento
ciudadano tiene que ver también con su ya destacada arrogancia. El alcalde no
sólo ha propuesto medidas polémicas como la venta de ETB, los permisos de pico
y placa y la urbanización de la reserva forestal van der Hammen, sino además, a
la hora de defender sus decisiones, ha tenido casi siempre un tono despectivo.
Un tono que trata con desdén y superioridad a la crítica, un tono que sugiere
que él entiende lo que los demás no ven.
La arrogancia, hay que decir, no es algo
malo de suyo. Nuestros políticos están llenos de ella. Sin embargo, la opinión
pública tiende a tolerar la arrogancia cuando ésta es compensada por
capacidades extraordinarias. Los ciudadanos no dejan de elegir a un gobernante
por ser arrogante y soberbio, siempre y cuando sea competente y bueno. La
arrogancia no es dañina cuando quien es arrogante es tan capaz que se puede dar
el lujo de no agradar.
Peñalosa no ha alcanzado ese punto. Desde
que llegó al poder sus planes han tenido mucha resistencia, no ha habido
consenso, y no parece ejecutar mucho. Ahora además, al parecer, no tiene la
educación para legitimar su imagen de técnico. Claro, siempre está la muy
legítima universidad de la vida. Pero ahí la pregunta principal sigue sin
resolverse: ¿Es Peñalosa un buen administrador público? No sabemos. Habrá que
esperar un rato.
http://www.elespectador.com/opinion/arrogancia-de-penalosa
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